martes, 29 de junio de 2010

Recursos en juego

¿Sabía que la comunidad ticuna utiliza ciertas plantas para controlar a la hormiga arriera, que cuando se convierte en plaga acaba con sus cultivos, o que las esponjas del mar Caribe tienen potencial anticancerígeno? Todos los organismos cumplen con una función en el paisaje… y ¿cuánto conocemos al respecto…?

El Año Internacional de la Biodiversidad ha puesto sobre la mesa temas en los que Colombia tiene una gran responsabilidad. Uno de ellos se refiere a la manera como se accede a la diversidad biológica, empezando por el jaguar, pasando por la orquídea y el helecho, hasta el más ínfimo microorganismo.
¿Cómo se usa y quién se beneficia? La biodiversidad ofrece al ser humano alimento y medicinas, aceites, esencias y colorantes, infinidad de productos y servicios. Desde siempre hemos ‘usado’ la naturaleza para nuestro beneficio. Llegó la hora de ponernos de acuerdo sobre cómo es este negocio.

La hora de Nagoya, Japón.

Desde la redacción del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) en 1992, que hoy en día ha sido firmado y ratificado por 193 países –a excepción de Estados Unidos y Andorra–, los negociadores internacionales buscan acordar las reglas del juego para distribuir justa y equitativamente los beneficios que se derivan de la utilización de los recursos genéticos.

Presiden el grupo de trabajo negociador el colombiano Fernando Casas, en representación de los países en desarrollo, y Tim Hodges, por los países desarrollados. Son más de 9 reuniones las que se han llevado a cabo hasta ahora, y entre el 10 y el 16 de julio en Canadá se reunirán de nuevo. Se espera que en octubre se selle el pacto en Nagoya.

“En la biodiversidad se tiene una oportunidad enorme para que los recursos genéticos contribuyan al desarrollo de los países en términos de salud pública, de seguridad alimentaria y de nuevos productos y servicios industriales y ambientales”, dice Casas.
Hay dos negociadores: los países desarrollados que tienen los recursos financieros y la tecnología y los países en desarrollo, que son ricos en biodiversidad. “Antes de la llegada de la biotecnología moderna y la nanotecnología, las comunidades han desarrollado un conocimiento, han innovado en temas relacionados con sus recursos genéticos y con sus derivados (lo que exuda una rana, el caucho de los árboles). Todos esos conocimientos tradicionales, innovaciones y prácticas de las comunidades indígenas y locales a nivel global son una dimensión sumamente crucial de reconocer en esta negociación”, defiende Casas. La ciencia moderna se ha encargado de producir aún más conocimiento y generar productos útiles para la salud y la alimentación, a partir de la biodiversidad.

Hay dos puntos cruciales que aún hoy se debaten: primero, los países en desarrollo abogan porque el tratado que se firme sea retroactivo a partir de la CDB, es decir, que desde 1992 los beneficios ya sean susceptibles de ser repartidos justa y equitativamente. Segundo, los países desarrollados quieren excluir del acuerdo los recursos genéticos del fondo marino, los de la Antártica, los humanos, los derivados, los patógenos y los recursos genéticos para la agricultura y la alimentación, –que por su lado se discuten en el Tratado de la FAO–.

Casas hace énfasis en la necesidad del “cumplimiento y la observancia de las leyes nacionales más allá de su jurisdicción nacional”, teniendo en cuenta que si la biodiversidad era patrimonio de la humanidad, a partir de Río cada país es dueño de sus recursos.

La posición de Colombia.

Desde que se inició la negociación, Colombia busca “acuerdos internacionales que garanticen prevenir y controlar lo que se conoce como biopiratería”, según Ricardo Torres, del Departamento Nacional de Planeación y quien representa al país ante la CDB sobre Acceso a Recursos Genéticos.

La biopiratería, entendida como la apropiación indebida y el uso no autorizado de los recursos genéticos, es un fenómeno que “afecta directamente y en mayor magnitud a los países que tenemos mayor biodiversidad en nuestros territorios”.

Para Torres, el ‘corazón’ del acuerdo es respetar la legislación del país de origen de los recursos. Otros dos elementos fundamentan de manera estratégica la posición colombiana –agrega– y son la importancia de incluir los derivados, provenientes del metabolismo de los seres vivos y el respeto por los derechos de las comunidades indígenas y locales sobre su conocimiento tradicional.
¿Y qué pasa en nuestro país? .

Colombia se rige por la decisión 391 de la Comunidad Andina, que data de 1996 con jurisdicción sobre sus países miembros (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú). Pero hay dos comunidades que no están muy satisfechas por la manera como funciona el proceso.

Para buscar en la biodiversidad compuestos químicos, genes o proteínas útiles comercialmente, o para investigar sobre los recursos biológicos de la naturaleza, los científicos deben solicitar permisos que otorgan las Corporaciones Autónomas Regionales, CAR, o la Unidad de Parques, suscribir un contrato de acceso a los recursos genéticos con el Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial, MAVDT, y si el sitio donde se ubica el recurso se encuentra en una región habitada por pueblos indígenas o comunidades locales, se necesita su consentimiento, que lo rige el Ministerio del Interior.

Los investigadores no se quejan por los certificados que deben adquirir, sino por la lentitud de los procesos y la inoperatividad de la legislación.

Hasta el 2005 había menos de diez contratos de acceso legalizados. Desde entonces se han gestionado alrededor de 40, lo que significa que el ritmo se ha acelerado. Pero aún son muchos los que hacen fila. “La visión que ellos tienen de la manera como se hace la ciencia es incompatible con la manera como la quieren reglamentar”, dice María Mercedes Zambrano, directora científica de Corpogen GeBiX. “Es como si a uno le amarraran las manos. Lo que deberían hacer es facilitarle el trabajo al investigador”.

También están las comunidades indígenas, negras y los campesinos, propietarios en buena parte del conocimiento tradicional sobre la biodiversidad. “Las comunidades indígenas se han encargado de cuidar, preservar, transformar e innovar esa gran biodiversidad”, según José Soria, indígena yagua, experto en conocimiento tradicional. “La biodiversidad está muy ligada a la vida misma de las comunidades indígenas, a su forma de ver el mundo, a su cosmogonía; sólo a partir de ella es posible que las comunidades puedan seguir construyendo cultura”. Estas comunidades se quejan porque no reciben beneficios justos y equitativos por las ganancias que se derivan de ciertos productos desarrollados a partir de su conocimiento tradicional.

En octubre, si todo resulta como se prevé, el mundo definirá en el Japón las reglas para acceder a todos los organismos que forman parte de la biodiversidad mundial, y usarlos para el beneficio de la humanidad. Los recursos biológicos, con todos sus genes, están en juego… y aún no conocemos siquiera un mínimo porcentaje de los secretos que esconden
Por: Lisbeth Fog El Tiempo

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