viernes, 30 de octubre de 2009

Notiecológicas

Agrotóxicos a la vista (y paciencia)



Parece que la “conspiración de silencio” sobre la presencia de agrotóxicos en “los campos de la patria” empieza a resquebrajarse. Una invisibilización de décadas está llegando a su fin.

La socialización de una cuestión tan escabrosa como la contaminación llega, lenta, pero a paso firme. Es muy probable que este cambio en los imaginarios sociales revista también, como muchos fenómenos que afectan a la salud ambiental, el “efecto ketchup”, eso de que uno machaca y machaca y no parece rendir y de pronto sale a borbotones cuando uno todavía no se lo esperaba…

La “crisis del campo” de 2008 ( Argentina) no fue ajena a esta problematización. Cuando la “opinión pública”, la “sociedad”, empezó a ver al lado de los entusiasmantes rindes de la soja sus no tan entusiasmantes resultados sanitarios. Los restos de agrotóxicos, con que los laboratorios hacen sus pingües negocios, se ven cada vez más en las cuencas de arroyos y ríos, y se los verifica con los miles de peces panza arriba, demasiado a menudo se los puede rastrear en los mismos alimentos, en los daños, generalmente irreversibles, sobre quienes operan y trajinan con tales productos, en la merma apreciable de abejas y otros insectos (las mayoría benéficos para la naturaleza y por ende para la humanidad), en las malformaciones congénitas que los habitantes de las zonas rurales deben enfrentar entre sus animales domésticos y en sus propios hijos…

Frente a este imparable proceso de concientización o concienciación como dicen los hispanos, quienes se privilegian con la expansión de agrotóxicos están reaccionando procurando “limitar” los daños, achicar el rumbo abierto antes de que se les vaya tan exitoso barco a pique…

Y los organismos e instancias reguladoras salen al paso con proyectos, como dice la prensa, para ‘proteger la salud de la población’.

El planteo de quienes a la vez están interesados en el actual sistema de producción y conscientes de la mencionada problematización es de tipo gatopardiano: cambiemos algo para que el sistema, y hasta el modelo, sigan como están.

Claro que se trata de hacerlo como si se cambiara todo de raíz.

En la provincia de Santa Fe (Argentina) su cámara legislativa ha decidido abordar la cuestión y ha aprobado un proyecto de ley “que regula el manejo de los agrotóxicos en la provincia en todas sus etapas” (Página 12, 17 octubre 2009).

El autor del proyecto procura atar dos moscas por el rabo: “que la aplicación del producto en los campos y en la agricultura se haga en las mejores condiciones posibles” Veníamos tan bien con las mejores condiciones (que faltaba precisar), pero el remate “posible” nos arroja prácticamente al punto de partida. Porque “lo mejor posible” podría llegar a ser altamente insatisfactorio.

‘Seamos realistas: pidamos lo posible’… ¿qué es esto? La industria tiene un concepto que se esconde detrás de la sigla ALARA (As Low as Reasonably Achievable, tan bajo como resulte posible) para legitimar el uso de venenos y tóxicos en la industria alimentaria; toda la selva química que se esconde bajo la denominación de “aditivos”, aditivos alimentarios.

¿Cómo funciona el establecimiento de ALARA? La rama de la industria que lidie con tales productos le informa a los reguladores públicos hasta dónde puede prescindir de tóxicos para una comercialización rentable de sus productos, y el gobierno, asesorado técnicamente (por órganos e instituciones entrelazados con la industria) fija esos límites como “los buenos” para la presencia de tales tóxicos en los alimentos.

Ese concepto de seguridad no está referido a la salud, obviamente, está referido a la rentabilidad.
Así funciona “el mundo”, o al menos el mercado, no embromen.

El autor del mencionado proyecto y ahora todos los diputados santafesinos pretenden un “control de prácticas que aseguren en forma preventiva la no contaminación o hechos que después hay que lamentar”. Digamos las cosas por su nombre: la no contaminación se logra con la supresión de agrotóxicos. Con su regulación, limitación y ajustes en el manejo lo que se logra es que haya menos “accidentes”, menos casos de intoxicación aguda y menos, en concreto, casos que nos sacudan mediáticamente. Porque enterarnos de las denuncias de médicos conscientes como Darío Gianfelici o Hugo Gómez Demaio es un fenómeno cada vez más imparable y un cierto refrenamiento en el uso de agrotóxicos, bajará su visibilidad. Pero no elimina el problema, ni mucho menos.



Por eso toda la fraseología y el discurso de estos reguladores tiene bases falsas. Habrá “sanciones que serán muy duras para episodios que […] atenten contra la salud de la población.”
La ley, al admitir el uso de agrotóxicos, únicamente logrará (si logra) que los ‘atentados contra la salud de la población’ sean menos visibles, tengan menos impacto.

El actual sistema productivo, basado en agrotóxicos elimina biodiversidad en cantidades ingentes y, las más de las veces, irreversible. Y los pececitos, ranas y sapos, insectos en sus cientos de miles de especies, pulgones, coleópteros, lepidópteros, toda la fauna de invertebrados, pequeños roedores, pájaros, hierbas de todo tipo y función arrumbadas por la modernidad bajo el nombre despreciativo de yuyos, no suelen tener, salvo alguna excepción, más bien bípeda, prensa… agentes de prensa que nos adviertan de su desaparición masiva. (1)

Y ese empobrecimiento progresivo de nuestra biosfera continuará con el uso de agrotóxicos ya sea medido como nos promete la legislatura santafesina, o desmedido como es en la actualidad.
Esa afectación de la biosfera no es indiferente para la salud humana. Los tóxicos que lleguen por mera decantación a las napas de donde la humanidad extrae agua para sí, seguirán llegando… un poco menos. En lugar de intoxicaciones repentinas, agudas, por usar (indebidamente) un recipiente plástico (2) que contenía “remedio” [sic] para hormigas o un herbicida, para portar agua que luego se usa para cocinar, por ejemplo, tendremos “sólo” intoxicaciones a diez años plazo por la acción de los mismos productos químicos menos brutalmente manipulados…

Esa contaminación ambiental ahora desmedida será a lo sumo, medida. Seamos al menos conscientes y no le planteemos a “la sociedad” que el manejo de agrotóxicos resuelve el problema de la contaminación.

El “manejo de los contaminantes” sólo “maneja” la contaminación. El vocabulario nos ayuda. La supresión de los contaminantes, permitirá, muy a la larga, recuperar un ambiente saludable. Donde las alergias, las enfermedades autoinmunes, las asmas, las malformaciones congénitas, los cánceres y tantas otras enfermedades de los humanos cedan su empuje de la última década (que coincide “demasiado” con la industrialización galopante de los campos, es decir con el modelo de agricultura de alto rendimiento mediante agrotóxicos).

Sabemos del cáustico comentario de los mejorativistas a nuestro planteo: no se puede cambiar todo de golpe, es un paso, etcétera. Para que esto fuera cierto y la medida no fuera apenas un maquillaje de adaptación a “los tiempos” habría que usar las palabras correspondientes: esta ley proclama suprimir la enfermedad dejando en pie su agente patógeno. Eso es lo inaceptable. http://www.ecoportal.net/

Por: Luis E. Sabini Fernández - Docente del área de ecología de la Cátedra Libre de Derechos Humanos, Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad de Buenos Aires, periodista.
Notas:
1- Lo podemos advertir de forma indirecta sin siquiera llegar a frecuentar zonas rurales, apenas de paso por carreteras que las surquen: hace pocas décadas los radiadores y parabrisas de los autos solían llenarse de pequeños animalitos atropellados; hoy en día con mayor velocidad promedio, que hace menos propicio que la fauna pequeña y mínima logre sustraerse al impacto, podemos transitar cientos de kilómetros y apenas “atropellar” a algún insecto…

2- Es imposible limpiar a fondo los envases plásticos (a diferencia de los de vidrio, p. ej.).
fotos: *www.defesaagropecuaria.gov
* www,unerj.br

miércoles, 28 de octubre de 2009

Notiecológicas

Contaminación con gases de azufre



Los combustibles fósiles favorecen la emisión de miles de sustancias contaminantes. Entre las peores, se encuentran los gases de azufre, ya que causan problemas graves problemas medioambientales como la lluvia ácida y potenciando el cambio climático. Pero también produce daños para la salud, su inhalación induce el aumento de los problemas respiratorios y cardiovasculares. Las vías respiratorias se irritan pudiendo dañar el tejido pulmonar. Por eso cada vez hay más personas que padecen asma o bronquitis.


Estamos hablando básicamente del dióxido de azufre (SO2), un gas extremadamente contaminante incoloro y con un olor algo desagradable que se genera en la combustión del carbón y el petróleo. Las zonas más industrializadas son las más afectadas, principalmente centrales termoeléctricas, las refinerías o en coches con motores diésel. Pero este gas también se origina en la propia naturaleza a partir de las erupciones volcánicas u oceánicas. Cuando el gas se dispersado en el medio ambiente suele ser el responsable de diversos efectos negativos sobre la atmósfera, afectando a los seres vivos, plantas y otros animales.



Sin embargo, existe cierta esperanza porque reducir los gases de azufre es posible. Por suerte, cada vez se utiliza menos el carbón como combustión, algo que ha mejorado la calidad del aire. Pero el objetivo principal que se deben marcar las empresas es la sustitución total de los combustibles fósiles por energías renovables. Por otro lado, los consumidores también pueden contribuir a que se reduzca la polución, siendo responsables en su consumo de energía o no utilizar el transporte privado cuando no sea necesario.




Quiere saber más sobre gases de azufre, ingresa a: http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%93xido_de_azufre_(IV)

sábado, 24 de octubre de 2009

Notiecológicas


La pesca agoniza en Colombia

En un futuro comer pescado será un privilegio, pues las reservas se agotan en varios puntos del mundo, sin que Colombia sea la excepción. Los pescadores del país deben ir más lejos para conseguir los peces y, lo que pescan, no se compara con la producción de años atrás. En la década de los 70 se contaba con más de 6 mil kg/km2 en biomasa de peces demersales, para la década del 2000 se cuenta con un poco menos de 3 mil kg/km2

Aunque al parecer en el mar nada cambia, su hábitat ha sufrido los estragos de la pesca indiscriminada, del cambio climático y de la contaminación. En las aguas colombianas ya se vislumbra el declive de la vida marina, evidenciado en la dificultad de los pescadores para obtener sus presas.




En una larga agonía, las especies comerciales se extinguen y son reemplazadas por las que no eran muy apetecidas. Como en un círculo vicioso, estas nuevas, tal vez, tendrán un futuro similar al de sus predecesoras, porque el estado de los hábitats es de continua degradación y, sumado a la sobrepesca, muestra un porvenir desalentador.


La costa Caribe es una muestra de la situación preocupante en que se encuentra la pesca en Colombia. Ese fue el punto donde investigadores de la Universidad Nacional realizaron un estudio que confirmó la disminución del número de peces y la dificultad de los pescadores para la captura de estos animales.

En el curso de los últimos 30 años, para el conjunto de los peces demersales (los que están en el fondo del agua, como el bacalao y el pargo), ha habido una reducción hasta de la mitad. En la década de los 70 se contaba con más de 6 mil kg/km2. Para la década del 2000 se cuenta con un poco menos de 3 mil kg/km2.

En el 2001 hubo una pequeña recuperación de la biomasa de estos peces. En los 90 fue el nivel más bajo, con menos de 2 mil kg/km2, y entre 2000 y 2001 subió a 3 mil kg/km2, lo que se explica por una crisis en la pesca de camarón.

“Como los barcos camaroneros en sus arrastres sacan una gran cantidad de pesca acompañante, esos peces demersales descansaron al menguar la pesca camaronera. Esto permitió una recuperación”, explicó el profesor Camilo García, director del estudio. Y es que por un kilogramo de camarón se pueden sacar hasta 12 kilogramos de otras especies que son botadas por la borda.

La decadencia. Una encuesta realizada entre el 2006 y el 2007 desde La Guajira hasta el Urabá, mostró la decadencia de la pesca en Colombia. La población objetivo fueron 567 pescadores con edad promedio de 48 años, de tal forma que tuvieran la posibilidad de comparar entre los comienzos de los años 90 y el presente de la situación pesquera.

Frente a la pregunta de cómo perciben el esfuerzo que deben hacer ahora para pescar, el 80,6 por ciento señaló que hoy gasta 9,9 horas al día, mientras que, anteriormente, el tiempo era de 5,6 horas diarias.

Además, el 72 por ciento sostuvo que en la actualidad debe pescar a 33 metros de profundidad en promedio, e ir más lejos de la costa. Antes pescaban a una profundidad de 17.2 metros.

Ello muestra claramente que el ecosistema marino ha sufrido un gran impacto, que le implica al pescador mayor dificultad en su labor. Y es que según la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), más del 75 por ciento de las reservas pesqueras en el mundo han sido sobreexplotadas o agotadas.



La gran paradoja es que ahora la mayoría de los pescadores recurre a la tecnología para la pesca, lo que debería facilitar su trabajo. Aún así, la captura sigue siendo inferior, comparada con otras épocas.

Hoy, el 49,9 por ciento usa motor fuera de borda; antes, solo lo hacía el 10 por ciento. Era tradicional el uso de remo y vela. De igual forma, las redes ahora son más grandes. No obstante estas ayudas, el 97,3 por ciento hoy pesca menos que antes, lo que corrobora el declive de la vida pesquera.

El escenario muestra, entonces, pescadores que a pesar de emplear más horas del día en su faena y desplazarse más lejos y más profundo, con ayudas tecnológicas e instrumentos de pesca más grandes, capturan menor cantidad de peces. Ahí radica la prueba de que la pesquería en el país está sufriendo una crisis que apenas comienza a vislumbrarse.Las especies que más empiezan a escasear son algunas de las preferidas por los consumidores: el pargo, la sierra, el róbalo y la langosta.

¿Qué está pasando? Entre las causas de la degradación del ecosistema marino están la pesca indiscriminada que incluye el arrase industrial –destructor de los hábitats–, el cambio climático y la contaminación, según afirmó el biólogo y profesor de la UN, Camilo García.

Uno de los problemas es que en el país la regulación pesquera –que debería controlar quiénes pueden pescar y en qué cantidad– no se cumple por falta de gobernabilidad, aparte de la débil base fáctica en su formulación, sostuvo el docente. Tanto así que en los últimos años el control sobre el tema ha pasado por varias manos: el Instituto de Desarrollo de los Recursos Naturales Renovables, Inderena; el desaparecido Instituto Nacional de Pesca y Acuicultura (INPA) y ahora, el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA).

En la medida en que el hábitat de los océanos se siga viendo afectado, la población humana sufrirá los efectos, pues disminuirá el número de animales marinos que constituyen una fuente de proteína importante. “La desaparición de especies sería un paso hacia la insostenibilidad de la sociedad humana”, afirmó el investigador.

También se refirió a los efectos de la contaminación, especialmente la proveniente de aguas negras, por la cercanía a las ciudades. El cambio climático es otro de los factores que influye. “La existencia de una cantidad de CO2 en la atmósfera hace que este llegue a las aguas por difusión, ocasionando cambios químicos en su composición, lo que termina influyendo en la vida animal”, expresó.

Los mismos pescadores serían víctima de la escasez, no solo por la economía de sus familias, que depende de ello, sino porque para algunos es la base de su alimentación.

En este contexto, el experto hizo un llamado para aumentar las campañas de educación, en especial orientadas a evitar la pesca indiscriminada y la contaminación. No obstante, fue claro en decir que ya hay hechos cumplidos que empiezan no solo a privar al mundo de la belleza del paisaje, sino a representar un peso social, económico y de supervivencia.

Por: Magda Páez Torres, Unimedios

Además, algo similar ocurre en los ríos, lagunas y caños, donde pescadores artesanales y aficionados no respetan las tallas mínimas, ni los límites autorizados, destruyendo el equilibrio ecológico y, capturando y matando peces no comestibles. La aplicación de la legislación ambiental para el caso es muy laxa: atarrayas, mallas y redes con las medidas inadecuadas, empleo de sustancias químicas, cemento y hasta el barbasco se emplea en la pesca; falta sensibilización y conciencia sobre la explotación de este recurso natural.


Más sobre la problemática pesquera, en:

* http://www.fao.org/newsroom/eS/focus/2004/47127/index.html
* http://es.wikipedia.org/wiki/Impacto_ambiental_de_la_pesca

Video sobre el consumo de pescado en España y pesca sostenible en: http://www.youtube.com/watch?v=bXBhZ4uXn4E&feature=player_embedded#
Fotos:
* http://www.universalocean.es/wp-content//pesca-palangre.jpg
*http://www.google.com.ar/search?client=qsb win&rlz=1R3GFRE_esCO322CO322&hl=es&q=imagenes+de+pesca

viernes, 23 de octubre de 2009

Sensibilización y compromiso ambiental

Exceso de tóxicos en hortalizas de la Sabana

Hortalizas regadas con el agua del río Bogotá albergan en sus tejidos residuos de metales pesados como cadmio y arsénico, que superan los límites permitidos. La acumulación de estos elementos en el organismo podría generar enfermedades del sistema nervioso, problemas respiratorios y cáncer.



No es veneno, pero como si lo fuera, cada vez que se consume una hortaliza de la Sabana de Bogotá, con todos los nutrientes que puede aportar, se reciben residuos de metales pesados que se alojan en los diferentes rincones del organismo y pueden causar impacto en la salud: problemas respiratorios, complicaciones nerviosas y hasta cáncer.

Un estudio de la Universidad Nacional de Colombia, realizado con el apoyo de Colciencias, encontró cantidades excesivas de arsénico, plomo, mercurio y cadmio en el apio, la lechuga, el repollo y el brócoli. La razón de la presencia de estos metales no es más que el riego de los cultivos con agua del río Bogotá, cuya contaminación no es un secreto, pero sus efectos, al parecer, no acaban de dimensionarse.

El cultivo de hortalizas es de ciclo corto, con una periodicidad de riego cercana a dos veces por semana. En la medida que se hacen los riegos, queda el agua en el suelo. La planta absorbe la carga contaminante, junto con la fuente hídrica. Los campesinos entienden la gravedad de la situación, pero sostienen que, literalmente, se les sale de las manos, pues no cuentan con más alternativas de riego y, apelar a procesos de descontaminación, quebraría su economía.

En apariencia, la calidad de estos productos es aceptable en el mercado por su forma, peso y textura. Sin embargo, el problema radica en su parte interior, porque además del amplio número de contaminantes provenientes de las aguas del río Bogotá, reciben en sus tejidos concentraciones de metales pesados, que están excediendo los niveles máximos permisibles de la normatividad en este sentido.

Por ejemplo, en el apio cultivado en el municipio de Mosquera, se encontró 0,95 partes por millón (ppm) de cadmio (Cd) y 0,29 de arsénico (Ar), superando los límites máximos permitidos por el Icontec, que son de 0,01 y 0,1 ppm. También, en el caso del Cd, se desbordó el parámetro de la Unión Europea, que es de 0,20 ppm.

Estas cifras podrían parecer insignificantes, si se desconoce que el cadmio es un elemento tóxico, que tiende a acumularse en hígado, riñón y pulmones. De acuerdo con los investigadores y, como corroboró Óscar Eduardo Osorno, director del Departamento de Química de la UN, puede producir arterioesclerosis, hipertensión arterial y está asociado con cáncer testicular y de próstata. Por su parte, el arsénico se manifiesta en la salud humana con la disminución en la producción de glóbulos rojos y blancos, cambios en la piel e irritación de los pulmones. Se considera inductor del cáncer de piel.

Para Osorno, director del Departamento de Química de la UN, los niveles de cadmio encontrados son bastante preocupantes. Además de los problemas de salud mencionados, indicó, podría causar el llamado síndrome de fanconi, que se caracteriza por trastornos de los túbulos renales. “Ciertas sustancias absorbidas en el torrente sanguíneo son liberadas en lugar de la orina”, explicó. La consecuencia es orina frecuente y, por ende, deshidratación.



También hay plomo y mercurio. En el caso del brócoli, los niveles de plomo, con 0,45 ppm, superaron ampliamente las concentraciones de referencia de la norma de la Unión Europea, que establece un valor de 0,1 ppm.

Datos como estos se obtuvieron mediante muestreos durante todo el ciclo del cultivo. Según el profesor Diego Miranda, uno de los autores de la investigación y docente de la Facultad de Agronomía, se hizo un análisis de nutrientes y se estudió la concentración de metales pesados en el tejido foliar.

En el municipio de Soacha, la lechuga presentó en su tejido foliar una concentración de Pb, de 0,74 ppm, y en Mosquera, de 0,45 ppm, cifras que son muy superiores a la normatividad de la Unión Europea para el año 2007, cuya permisividad es de 0,1 ppm en hortalizas frescas.

Aunque el cuerpo necesita pequeñas cantidades de cadmio y plomo, cuando estos elementos empiezan a superar los límites, se vuelven tóxicos o venenosos. “El Pb puede causar daño en los riñones, en el tracto gastrointestinal, en el sistema reproductor y en las neuronas”, afirmó el profesor Osorno. El organismo puede tardar hasta 20 años en eliminar esta sustancia.

El contenido de arsénico, en Soacha, también superó los 0,20 ppm permitidos por la norma de la Unión Europea, con 0,51 ppm. Un caso similar ocurrió con el mercurio (Hg), que con 0,59 superó los estándares establecidos. El problema con el mercurio, sostuvo Osorno, es que el cuerpo nunca lo elimina. Eso hace que se vaya acumulando y empiece a causar efectos en la salud: afecciones en el cerebro, en el sistema nervioso y reacciones alérgicas.

Como lo afirmó el profesor Miranda, una vez estos metales son absorbidos por la hortaliza, es imposible retirarlos. Algunos de los contaminantes a veces se eliminan con lavados y otros controles sanitarios.

No obstante, el problema es de mayores dimensiones, porque cuando estos elementos se impregnan, no hay manera de extraerlos.

Un problema de salud pública. Aunque las hortalizas de la Sabana de Bogotá llegan en su mayoría a la capital y otras zonas de Cundinamarca, hay muchos puntos del país donde también se comercializan, principalmente, a través de las centrales de abastos y, de ahí, a diferentes distribuidores.

La Secretaría de Salud de Bogotá viene haciendo seguimiento a este problema, señalan el médico salubrista Luis Jorge Hernández y la docente de la UN e ingeniera química Gloria Guevara. Los monitoreos han permitido detectar presencia de metales pesados en las hortalizas que se comercializan en la localidad de Bosa, con valores que exceden la normatividad establecida.

“A partir del año 2010 se comenzarán a evaluar contenidos de metales pesados como cadmio, plomo y arsénico en hortalizas que se comercializan en supermercados del Distrito Capital, comenzando por priorizar aquellas localidades de mayor vulnerabilidad. Los resultados hasta ahora obtenidos permiten crear una línea de base para comenzar a aplicar medidas preventivas y correctivas”, sostuvieron los profesionales.

Esto, agregaron, amerita la toma de medidas sanitarias como decomisos, una intensa labor de sensibilización, educación y seguimiento a las diferentes personas que intervienen en la cadena de seguridad alimentaria en las 20 localidades de Bogotá. Metales pesados como estos, expresó Hernández, pueden producir enfermedades crónicas por acumulación como cáncer de piel, de hígado, de estómago o enfermedades degenerativas. “Por eso, las alertas están prendidas y se están haciendo actividades de vigilancia, inspección y control”.

Añadió que es un problema nacional, por lo que se debe trabajar con el Ministerio y el Instituto Nacional de Salud para hacer trabajos específicos sobre el tema.

Falta mano del Estado. Cristóbal Oliveros, ingeniero civil del área de Distritos de Riego de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca, CAR, tiene claro que la calidad del agua de la cuenca del río Bogotá, que abarca municipios como Soacha, no cumple con los parámetros requeridos en cualquier tipo de actividad humana. Sin embargo, se sigue utilizando en los cultivos.

“La Corporación tiene facultades para otorgar un caudal determinado, mediante una concesión, para un uso específico. Por ejemplo, a la altura de Soacha no ha otorgado concesión para riego. Es un tema más de conciencia, pues resulta bastante difícil de controlar”, sostuvo.

Oliveros sostuvo que en los estudios históricos realizados sobre el río Bogotá se ha detectado la presencia de algunos metales pesados: “frente a ello hay opciones de tratamiento. No obstante, aún está en aprobación el plan financiero que permitiría emprender la descontaminación de este caudal, con sistemas de tratamiento especializados”.

Por su parte, Élver Muñoz, productor usuario del distrito La Ramada, que se surte de la cuenca media más contaminada, la del río Bogotá, sostuvo que, teniendo en cuenta la situación que revela el estudio de la UN, las autoridades deberían ofrecerles alternativas para sus cultivos. “Necesitamos tecnologías, pero son muy costosas y por eso ninguno de nosotros puede asumirlas. Aquí la mayoría de productores son arrendatarios, ni siquiera somos propietarios de las tierras”, señaló.

En opinión de Juan Ortiz, agrónomo que desarrolla un proyecto en la zona, lo más conveniente sería que las instituciones responsables trabajaran un tratamiento de agua macro, por veredas, pues sería muy costoso para cada productor implementar estas tecnologías. Aunque en algunas zonas hay plantas de tratamiento, estas no combaten los metales pesados, sino que están orientadas a funciones de descontaminación de otro tipo

El profesor Miranda fue enfático en señalar que el agricultor no tiene la culpa, porque el río Bogotá es la única opción de riego con la que cuenta. “Hace falta la mano del Estado, en el sentido de adelantar proyectos que busquen la descontaminación, por lo menos, de las aguas que son utilizadas para riego”, dijo.

Allí convergen varios temas: economía, ambiente, alimentación y salud pública, que como lo afirman los expertos, ameritan un tratamiento conjunto y apremiante, pues es claro que, en la medida en que los problemas iniciales no se han solucionado a tiempo, la problemática se va ampliando a diversos frentes de la vida social. Así que, de seguirse dilatando, la solución sería cada vez más difícil.

Mientras tanto, los consumidores se enfrentan a la disyuntiva de comer para vivir o para morir al mismo tiempo, en un proceso en que el organismo parece ir envenenándose, de forma silente.

Por: Magda Páez Torres, Unimedios
Fotos: Diego Miranda y Felipe Castaño, Unimedios

Si quiere saber más sobre contaminación hídrica, ingresar a:

Notiecológicas

Orgullosos de su Himno Nacional




Estudiantes Juampablistas del grado 6.01 de la jornada A del Colegio Juan Pablo II, cantando el Himno Nacional en la parte noroccidental del colegio, entrada vehicular y cerca al verde bosque circundante de la institución.
Himno Nacional de la República de Colombia en:

miércoles, 21 de octubre de 2009

Sensibilización y compromiso ambiental

Calcular la huella de carbono



¿Conoces tu huella de carbono?. Los consumidores pueden saber cuánto CO2 emiten y cómo disminuirlo mediante las calculadoras disponibles en Internet. Un concepto muy similar al de la huella ecológica, que pretende concienciar a la población sobre el impacto que tienen sus emisiones de dióxido de carbono en el medio ambiente y su incidencia en el cambio climático. Para conocer tu huella de carbono puedes utilizar una de las diversas calculadoras en Internet. No son del todo fiables pero suponen un importante elemento de concienciación.


"Cada ciudadano de Estados Unidos llega a emitir 21 toneladas de CO2 al año. En España, 9,8 tn de CO2. Mientras que en Mali o Bangladesh apenas emite de media 50 y 300 kilos de CO2..."

Los consumidores pueden aprender determinados consejos ecológicos en su vida cotidiana no sólo para reducir su huella de carbono, sino también para ser más respetuosos en general con el medio ambiente, tales como el reciclaje o la recogida selectiva de la basura en casa.

Prueba cuánto carbono emite y cómo disminuirlo con sencillas actividades, en Calculadora oficial de la Comisión Europea
Quiere saber más sobre el gas carbónico, ingresa a: http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%93xido_de_carbono_(IV)

lunes, 19 de octubre de 2009

Sensibilización y compromiso ambiental


Cuidar el suelo


Los suelos contienen también enormes cantidades de carbono, sobre todo en la forma de materia orgánica. A escala mundial, los suelos retienen más del doble del carbono contenido en la vegetación terrestre. El surgimiento de la agricultura industrial en el siglo pasado, por su dependencia de los fertilizantes químicos, ha provocado un desprecio generalizado por la fertilidad natural del suelo y una pérdida masiva de la materia orgánica presente en éste. Mucha de la materia orgánica que se pierde termina en la atmósfera, en forma de dióxido de carbono - el más importante gas con efecto de invernadero.

Sabemos más sobre el movimiento de los cuerpos celestes que del suelo que pisamos - Leonardo da Vinci
Cuida el suelo y todo el resto se cuidará a sí mismo - Proverbio campesino

Las cosas no han cambiado mucho desde los tiempos de Leonardo da Vinci. Para muchas personas, el suelo es una mezcla de minerales y polvo. En realidad, los suelos son uno de los ecosistemas vivos más asombrosos de la Tierra, donde millones de plantas, hongos, bacterias, insectos y otros organismos vivientes —la mayoría invisibles al ojo humano— están en un cambiante proceso de constante creación, composición y descomposición de materia orgánica y vida. Son también el punto de partida inevitable para cualquiera que quiera cultivar alimentos.


Los suelos contienen también enormes cantidades de carbono, sobre todo en la forma de materia orgánica. A escala mundial, los suelos retienen más del doble del carbono contenido en la vegetación terrestre. El surgimiento de la agricultura industrial en el siglo pasado, por su dependencia de los fertilizantes químicos, ha provocado un desprecio generalizado por la fertilidad natural del suelo y una pérdida masiva de la materia orgánica presente en éste. Mucha de la materia orgánica que se pierde termina en la atmósfera, en forma de dióxido de carbono —el más importante gas con efecto de invernadero.


La forma en que la agricultura industrial ha tratado los suelos, es un factor crucial que ha provocado la actual crisis climática. Sin embargo, los suelos pueden ser parte de la solución. Según nuestros cálculos, si pudiéramos regresarle a los suelos agrícolas del mundo la materia orgánica perdida a causa de la agricultura industrial, podríamos capturar al menos un tercio del exceso de dióxido de carbono que actualmente se halla en la atmósfera. Si continuáramos incorporando materia orgánica al suelo durante los próximos 50 años, dos tercios de todo el actual exceso de dióxido de carbono podría ser capturado por los suelos mundiales. En el proceso podríamos formar suelos más sanos y productivos y seríamos capaces de abandonar el uso de fertilizantes químicos que ahora son otro potente productor de gases de cambio climático.


Vía Campesina ha argumentado que la agricultura basada en modos de cultivo de pequeña escala, que utilice métodos agroecológicos de producción y se oriente a los mercados locales, puede enfriar el planeta y alimentar a la población. Esta afirmación es correcta y las razones las hallamos, en gran medida, en el suelo.


El creciente problema de los fertilizantes industriales


Un factor importante en la destrucción de la fertilidad del suelo ha sido el tremendo aumento mundial de los fertilizantes químicos en la agricultura, con un consumo actual que es más de cinco veces el de 1961 (1). La gráfica 1 muestra el incremento del consumo mundial de nitrógeno por hectárea, siete veces mayor que en la década de 1960 (2). Sin embargo, buena parte de todo este nitrógeno extra no es utilizado por las plantas y termina en las aguas subterráneas o en el aire. Mientras más nitrógeno aplican los agricultores como fertilizante, menos eficiente resulta. En la gráfica 2 se muestra la relación entre rendimiento y consumo de fertilizante nitrogenado en el maíz, trigo, soya y arroz, los cuatro cultivos que cubren casi un tercio de toda la tierra cultivada. Para todos ellos, el rendimiento por kilogramo de nitrógeno aplicado es un tercio de los que era en 1961, cuando el uso de fertilizantes químicos empezó a expandirse mundialmente.


La ineficacia cada vez mayor de los fertilizantes industriales no debería sorprender a nadie. Muchos expertos en suelos y crecientes números de agricultores saben hace tiempo que los fertilizantes químicos destruyen la fertilidad del suelo al destruir la materia orgánica. Cuando se aplican fertilizantes químicos, los nutrientes solubles quedan inmediatamente disponibles en grandes cantidades y provocan una oleada de actividad y multiplicación microbiana. La mayor actividad microbiana, por su parte, acelera la descomposición de materia orgánica y libera CO2 a la atmósfera. Cuando los nutrientes de los fertilizantes ya se vuelven escasos, la mayoría de los microorganismos muere y el suelo tiene ahora menos materia orgánica. A medida que este proceso ocurre durante años y décadas, y es acelerado por la labranza, la materia orgánica del suelo finalmente se agota. El problema se agrava porque el mismo enfoque tecnológico que promueve los fertilizantes químicos señala que los residuos de cultivos deben retirarse o quemarse y no deben ser integrados al suelo.


A medida que los suelos pierden materia orgánica, se hacen más compactos, absorben menos agua y tienen menor capacidad para retener nutrientes. Las raíces crecen menos, los nutrientes del suelo se pierden más fácilmente y hay menos agua disponible para las plantas. El resultado es que el uso de los nutrientes presentes en los fertilizantes será cada vez más ineficiente, y la única forma de contrarrestar la ineficiencia es aumentando las dosis de fertilizantes, como muestran las tendencias mundiales. Pero las mayores dosis sólo agravarán los problemas, aumentando la ineficiencia y la destrucción de los suelos. No es raro escuchar de agricultores orgánicos que se transformaron en tales una vez que sus rendimientos colapsaron después de años de uso intensivo de fertilizantes químicos.


Los problemas con los fertilizantes industriales no terminan allí. Las formas de nitrógeno presentes en los fertilizantes químicos se transforman rápidamente en el suelo, emitiendo óxidos nitrosos al aire. Los óxidos nitrosos tienen un efecto de invernadero que es más de doscientas veces más potente que el efecto del CO2 3, y son responsables de más del 40% del efecto invernadero actualmente provocado por la agricultura. Los óxidos nitrosos además destruyen la capa de ozono.


Fertilización nitrogenada: de un promedio mundial de 8.6 kg/ha en 1961 a 62.5 kg/ha en 2006. (4)

Ineficiencia de los fertilizantes nitrogenados
Por cada kilo de nitrógeno aplicado, se obtuvieron 226 kg de maíz en 1961, pero sólo 76 kg en 2006. Las cifras son respectivamente 217 y 66 kg para el arroz y 131 and 36 kg para la soya, y 126 y 45 kg para el trigo. (5)

1. http://www.fertilizer.org/ifa/Home-Page/STATISTICS
2. Cifras obtenidas por GRAIN con base en estadísticas de la International Fertilizer Industry Association (http://www.fertilizer.org/ifa/Home-Page/STATISTICS) y por FAO (http://faostat.fao.org/default.aspx)
3. Forster, P., V. Ramaswamy, P.
4. http://www.fertilizer.org/ifa/Home-Page/STATISTICS
5. Cifras obtenidas por GRAIN con base en estadísticas de la International Fertilizer Industry Association (http://www.fertilizer.org/ifa/Home-Page/STATISTICS) y por FAO (http://faostat.fao.org/default.aspx


Los suelos como ecosistemas vivos


Los suelos son una delgada capa que cubre más del 90% de la superficie terrestre del planeta Tierra. Contrariamente a lo que mucha gente cree, los suelos no son sólo polvo y minerales. Son ecosistemas vivos y dinámicos. Un suelo sano bulle con millones de seres vivos microscópicos y visibles que ejecutan muchas funciones vitales. Lo que hace a este sistema vivo algo diferente del polvo es que es capaz de retener y proporcionar lentamente los nutrientes necesarios para que crezcan las plantas. Pueden almacenar agua y la liberarla gradualmente en ríos y lagos o en los entornos microscópicos que circundan las raíces de las plantas, de modo que los ríos fluyan y las plantas puedan absorber agua mucho después de que haya llovido. Si los suelos no permitieran este proceso, la vida en la Tierra, como la conocemos, simplemente no existiría.


Un componente clave que permite la función de los suelos es la llamada materia orgánica del suelo, que es una mezcla de sustancias que se originan de la descomposición de materiales animales y vegetales. Incluye sustancias excretadas por hongos, bacterias, insectos y otros organismos. En la medida que el estiércol, los restos de cosecha y otros organismos muertos se descomponen, liberan nutrientes que pueden ser tomados por las plantas y usados en su crecimiento y desarrollo. Al mezclarse todas estas sustancias en el suelo, forman nuevas moléculas que dan al suelo características totalmente nuevas. Las moléculas de materia orgánica absorben cien veces más agua que el polvo y pueden retener y luego liberar hacia las plantas una proporción similar de nutrientes1. La materia orgánica contiene también moléculas que mantienen unidas las partículas del suelo protegiéndolo contra la erosión y volviéndolo más poroso y menos compacto. Son estas características que permiten al suelo absorber la lluvia y liberarla lentamente a los ríos, lagos y plantas. Esto también permite a las raíces de las plantas crecer. Conforme crecen las plantas, más restos vegetales llegan o permanecen en el suelo y más materia orgánica se forma, creando entonces un ciclo continuo de acumulación de materia orgánica en el suelo. Este proceso ha tenido lugar por millones de años y la acumulación de materia orgánica en los suelos fue uno de los factores clave en la disminución de CO2 en la atmósfera millones de años atrás, haciendo posible así la emergencia de la vida en la tierra tal como la conocemos.


La materia orgánica se encuentra sobre todo en la capa superior del suelo, que es la más fértil. Por ello es propensa a la erosión y necesita ser protegida por una cubierta vegetal que sea, a su vez, una fuente permanente de materia orgánica adicional. La vida vegetal y la fertilidad del suelo son entonces procesos que se propician mutuamente, y la materia orgánica es el puente entre ambos. Pero la materia orgánica es también alimento de las bacterias, hongos, pequeños insectos y otros organismos que viven en el suelo. Ellos son los que convierten el estiércol y los tejidos muertos en nutrientes y en las increíbles sustancias descritas más arriba, pero también necesitan alimentarse y descomponer así la materia orgánica del suelo. Entonces, la materia orgánica debe ser repuesta constantemente si no, desaparece lentamente del suelo. Cuando los microorganismos y otros organismos vivos en el suelo descomponen la materia orgánica, producen energía para ellos mismos y liberan minerales y CO2 en el proceso. Por cada kilogramo de materia orgánica que es descompuesta, se libera a la atmósfera 1.5 kilogramos de CO2.


Los pueblos rurales alrededor del mundo tienen un profundo entendimiento de los suelos. Mediante la experiencia han aprendido que el suelo hay que cuidarlo, cultivarlo, alimentarlo y dejarlo descansar. Muchas de las prácticas comunes de la agricultura tradicional reflejan estos saberes. La aplicación de estiércol, residuos de cultivos o compost nutre el suelo y renueva la materia orgánica. La práctica de barbecho, en especial el barbecho cubierto, tiene como fin que el suelo descanse, de modo que el proceso de descomposición pueda realizarse en buena forma. La labranza reducida, las terrazas, el mulch y otras prácticas de conservación protegen el suelo contra la erosión, de forma que la materia orgánica no sea arrastrada por el agua. A menudo, se deja intacta la cubierta forestal, se altera lo menos posible o se imita, de forma que los árboles protejan el suelo contra la erosión y provean de materia orgánica adicional. Cuando a lo largo de la historia, se han olvidado estas prácticas o cuando se han dejado de lado, se pagó un alto precio por ello. Esto parece haber sido una causa importante de la desaparición del reino maya en América Central y pudo haber estado detrás de varias crisis del Imperio Chino y ciertamente, es una causa principal de las tormentas de polvo en Estados Unidos y Canadá.


La mentalidad NPK: suelos malos, alimentos malos


Sabemos que las plantas absorben de suelos saludables entre 70 y 80 minerales diferentes, mientras que los fertilizantes químicos no suministran más que unos cuantos. A mediados del siglo XIX, el científico alemán Justus von Liebig condujo experimentos en los que analizó la composición de las plantas para comprender qué elementos eran esenciales para su crecimiento.


Su primitivo equipo le permitió identificar únicamente tres: nitrógeno, fósforo y potasio, conocidos por sus simbolos químicos, N-P-K. Aunque más tarde von Liebig reconoció que hay muchos otros elementos presentes en las plantas, sus experimentos sentaron las bases para una lucrativa industria agroquímica, que vende fertilizantes NPK a los agricultores con la promesa de aumentos milagrosos en los rendimientos. Los fertilizantes NPK ciertamente han revolucionado la agricultura, pero al costo de una trágica degradación de la calidad del suelo y nuestros alimentos.


En 1992, el informe oficial de la Cumbre Mundial de la Tierra de Río concluyó: "hay una gran preocupación por la importante caída continua del contenido de minerales en los suelos cultivados y de pradera en el mundo entero". Esta declaración tuvo su base en datos que muestran que en los últimos cien años, los niveles promedios de minerales en los suelos agrícolas han bajado a nivel mundial --72% en Europa, 76% en Asia y 85% en América del Norte. El mayor culpable es el uso masivo de fertilizantes químicos artificiales en vez de métodos más naturales de mantener la fertilidad del suelo. Además del agotamiento directo que la mentalidad NPK provoca, los fertilizantes químicos tienden también a acidificar el suelo matando así muchos organismos del suelo que juegan un papel importante en la conversión de los minerales del suelo a formas químicas utilizables por las plantas. Los pesticidas y herbicidas pueden también reducir la absorción de minerales por las plantas en la medida que matan ciertos hongos del suelo que viven en simbiosis con las raíces (llamadas micorrizas). Esta simbiosis permite que las plantas tengan acceso a un sistema de extracción de minerales mucho mayor del que es posible sólo con sus propias raíces.


El resultado neto de todo ésto es que la mayoría del alimento que comemos es también deficiente en minerales. En 1927, investigadores del Kings College de la Universidad de Londres empezaron a estudiar el contenido nutricional de los alimentos. Desde entonces, sus análisis se han repetido con regularidad, y nos brindan una cuadro único de cómo ha cambiado la composición de nuestros alimentos durante el último siglo. El cuadro siguiente muestra los alarmantes resultados: nuestro alimento ha perdido entre 20% y 60% de los minerales que acostumbraban tener.



Un nuevo estudio publicado en 2006, muestra que los niveles de minerales en los productos animales han sufrido una baja similar. Comparando niveles medidos en 2002 con aquellos presentes en 1940, el contenido de hierro en la leche fue 62% menor, el calcio y el magnesio en el queso parmesano tuvieron una caída de 70% cada uno y el cobre en los productos lácteos se ha desplomado en un 90%, nada menos.


Fuente: Marin Hum, "Soil mineral depletion", en: Optimum nutrition, otoño de 2006, vol. 19.3. Institute for Optimum Nutrition, Reino Unido.


La industrialización de la agricultura y la pérdida de materia orgánica del suelo


La industrialización agrícola, que empezó en Europa y Norteamérica y luego fue replicada con la Revolución Verde en otras partes del mundo, partió del supuesto de que la fertilidad del suelo puede mantenerse y mejorarse con el uso de fertilizantes químicos. Se ignoró y menospreció la importancia de contar con materia orgánica del suelo. Décadas de industrialización de la agricultura y la imposición de criterios técnicos industriales en la pequeña agricultura, debilitó los procesos que aseguran que los suelos obtengan nueva materia orgánica y que protegen la materia orgánica almacenada en el suelo de ser arrastrada por el agua o el viento. No se notaron de inmediato los efectos de aplicar fertilizantes y de no renovar la materia orgánica puesto que en los suelos había importantes cantidades de materia orgánica almacenada. Pero al paso del tiempo, conforme se agotaron estos niveles de materia orgánica tales efectos se han hecho más visibles —con devastadoras consecuencias en algunas partes del mundo. A nivel mundial, en la era pre-industrial, el equilibrio entre aire y suelo era de una tonelada de carbono en el aire por unas 2 toneladas depositadas en el suelo. La relación actual ha bajado, aproximadamente, a 1.7 toneladas en el suelo por cada tonelada que presente en la atmósfera. (2) (3)


La materia orgánica del suelo se mide en porcentaje, Uno% significa que por cada kilogramo de suelo, 10 gramos son materia orgánica. Según sea la profundidad del suelo, ello puede equivaler a una relación de entre 20 y 80 toneladas por hectárea. La cantidad de materia orgánica necesaria para asegurar la fertilidad del suelo varía ampliamente según haya sido su proceso de formación, qué otros componentes posee, las condiciones climáticas locales, etcétera. Se puede decir que, en general, un 5% de materia orgánica en el suelo es, en la mayoría de los casos, un mínimo adecuado de suelo saludable, aunque para algunos suelos las mejores condiciones para el cultivo se consiguen cuando el contenido de materia orgánica supera el 30%.


Según una amplia gama de estudios, los suelos agrícolas en Europa y Estados Unidos han perdido, en promedio, de 1 a 2% de materia orgánica en los 20 a 50 centímetros superiores. (4) Este dato puede ser una subestimación ya que casi siempre el punto de comparación es el nivel de materia orgánica de principios del siglo xx, cuando muchos suelos ya estaban sometidos a procesos de industrialización y por tanto podrían haber perdido, ya entonces, importantes cantidades de materia orgánica. Algunos suelos del Medio Oeste agrícola de Estados Unidos, que en los años cincuenta solían contener un 20% de carbono, en la actualidad, llegan apenas a 1 o 2%. (5) Estudios de Chile, Argentina (6), Brasil (7), Sudáfrica (8) y España (9) reportan pérdidas de hasta 10%. Datos proporcionados por investigadores de la Universidad de Colorado indican que la pérdida promedio mundial de materia orgánica en las tierras de cultivo es de 7puntos porcentuales. (10)
Quiere saber más sobre la importancia de la materia orgánica, ingrese a: http://www.peruecologico.com.pe/lib_c18_t04.htm


Soluciones climáticas mediante la agricultura orgánica


Desde hace más de 50 años, el Instituto Rodale (de Pennsylvannia, Estados Unidos) ha llevado a cabo investigaciones sobre agricultura orgánica. Datos acerca del carbono en el suelo de casi 30 años muestran sin lugar a dudas que mejores formas de cuidar el planeta --específicamente aquéllas que incorporen prácticas agrícolas de regeneración orgánica-- pueden ser la estrategia más efectiva de todas las actualmente disponibles para mitigar las emisiones de CO2. A continuación se resumen algunas de sus impresionantes conclusiones.


"Durante la década de los noventa, los resultados del Compost Utilization Trial [Ensayo sobre Utilización de Compost] en el Instituto Rodale --un estudio de 10 años que compara el uso de compost, estiércol y fertilizantes químicos sintéticos-- demuestran que el uso de compost y rotaciones de cultivos en sistemas orgánicos puede dar como resultado la captura de hasta 2 mil libras de carbono/acre/año. Por el contrario, los campos con labranzas normales que dependen de los fertilizantes químicos, pierden casi 300 libras de carbono/acre/año. Almacenar -o secuestrar- hasta 2 mil libras/ acre/año significa que más de 7 mil libras de dióxido de carbono se extraen del aire y se retienen en ese suelo."


"Se calcula que en 2006, las emisiones de dióxido de carbono de Estados Unidos fueron cercanas a los 6 500 millones de toneladas. Si se lograra capturar 7 mil libras de CO2/acre/año en los 434 millones de acres cultivados de los Estados Unidos, cerca de 1 600 millones de toneladas de dióxido de carbono podrían capturarse cada año, mitigando casi una cuarta parte del total de emisiones por combustibles fósiles del país".


"La captura de carbono mediante la agricultura tiene la capacidad potencial de mitigar sustancialmente los impactos del calentamiento global. Cuando se utilizan prácticas regenerativas de base biológica, este dramático benéfico puede lograrse sin una disminución de los rendimientos o de los márgenes de ganancia. Aunque el clima y los tipos de suelo afectan la capacidad de capturar carbono, diversas investigaciones comprueban que la agricultura orgánica, si se practicara en los 3 500 millones de acres arables del planeta, podría capturar cerca del 40% de las emisiones de C02 actuales"

Tomado de: Tim J. LaSalle and Paul Hepperly, Regenerative Organic Farming: A Solution to Global Warming, Rodale Institute, 2008

El cálculo climático


Supongamos, en una estimación cautelosa, que, en promedio, los suelos a nivel mundial han perdido de 1 a 2% de materia orgánica en los 30 centímetros superiores desde el inicio de la agricultura industrial. Esto podría significar una pérdida de entre 150 mil y 205 mil millones de toneladas de materia orgánica. Si lográramos recuperarle al suelo esta materia orgánica significaría poder capturar entre 220 mil y 330 mil millones de toneladas de CO2 desde el aire. ¡Esto representa, por lo menos, un notable 30% del actual exceso de CO2 en la atmósfera! El cuadro 1 resume los datos.


Cuadro 1: Captura de carbono mediante la recuperación de la materia orgánica del suelo
CO2 en la atmósfera (11) - 2 billones 867 500 millones de toneladas
Exceso de CO2 en la atmósfera (12) - 717 800 millones de toneladas
Superficie agrícola en el mundo (13) - 5 mil millones de hectáreas
Superficie cultivada del mundo (14) - 1 800 millones de hectáreas
Pérdida típica de materia orgánica en suelos cultivados, de acuerdo a informes técnicos - 2 puntos porcentuales
Pérdida típica de materia orgánica en praderas y suelos no cultivados de acuerdo a informes técnicos - 1 %
Pérdida de materia orgánica de los suelos a nivel mundial - 150 mil – 205 mil millones de toneladas
Cantidad de CO2 que sería capturado si se recuperan estas pérdidas - 220 mil – 330 mil millones de toneladas
Fuente: Cálculos de GRAIN

En otras palabras, la recuperación activa de materia orgánica del suelo podría enfriar efectivamente el planeta y el potencial de enfriamiento podría ser significativamente superior a los cálculos que aquí presentamos, en la medida que muchos suelos podrían recuperar más de 1-2 puntos porcentuales de materia orgánica y beneficiarse de ello.

¿Puede hacerse esto? Devolverle materia orgánica al suelo


En los países desarrollados, el proceso de industrialización de los métodos de cultivo que ha destruido la materia orgánica del suelo ha continuado por más de un siglo. Sin embargo, el proceso global de industrialización empezó con la Revolución Verde en la década de los sesenta. La cuestión es, entonces, cuánto tomaría contrarrestar los efectos de, digamos, 50 años de deterioro del suelo. Para recobrar un 1% de la materia orgánica del suelo se requeriría incorporar y retener en el suelo unas 30 toneladas de materia orgánica por hectárea. Pero, en promedio, cerca de dos tercios de la materia orgánica recién añadida al suelo será descompuesta por los organismos del suelo, liberando así los minerales que nutrirán los cultivos. Por lo tanto, para que 30 toneladas de materia orgánica permanezcan en el suelo, se necesitarían 90 toneladas por hectárea. Esto no puede realizarse rápidamente. Se requiere un proceso gradual.


¿Qué cantidad de materia orgánica podrían incorporar al suelo los agricultores del mundo entero? La respuesta varía ampliamente según el lugar, el sistema de cultivo y el ecosistema local. Un sistema de producción que se base exclusivamente en cultivos anuales no diversificados puede entregar al suelo entre 0.5 y 10 toneladas de materia orgánica por hectárea al año. Si el sistema de cultivos es diversificado e incorpora praderas y abono verde, esta cifra puede ser fácilmente duplicada o triplicada. Si se incorporan animales, la cantidad de materia orgánica no aumentará necesariamente, pero permitirá que el cultivo de praderas y abonos verdes sea factible y rentable. Es más, si se manejan árboles y plantas silvestres como parte del sistema de cultivo, no sólo aumentará la producción, sino que habrá más materia orgánica disponible. En la medida que la materia orgánica aumente en el suelo, la fertilidad mejorará y habrá más materia para incorporar al suelo. Muchos agricultores orgánicos han empezado con menos de 10 toneladas por hectárea al año, pero luego de pocos años, pueden producir y aplicar hasta 30 toneladas de materia orgánica por hectárea al año.


Entonces, si se definieran políticas y programas agrícolas que activamente promovieran la incorporación de materia orgánica en el suelo, las metas iniciales podrían ser bastante modestas pero, progresivamente, podrían definirse otras más ambiciosas. El cuadro 2 ejemplifica el impacto de metas progresivas y factibles de incorporación de materia orgánica al suelo.

Cuadro 2. Impacto de la progresiva incorporación de materia orgánica del suelo a suelos agrícolas



El ejemplo es totalmente posible. Hoy día, la agricultura de todo el mundo en total produce anualmente por lo menos 2 toneladas de materia orgánica utilizable por hectárea. Los cultivos anuales producen más de 1 tonelada por hectárea (15) y si se reciclaran los residuos y las aguas residuales urbanas se podría añadir 0.2 toneladas por hectárea. (16) Si la recuperación de materia orgánica del suelo se tornara un factor central de las políticas agrícolas, un promedio de 1.5 toneladas por hectárea podría ser un punto de partida posible y razonable. El nuevo escenario requeriría de enfoques y técnicas como los sistemas diversificados de cultivos, la mejor integración entre cultivos y producción animal, una mayor incorporación de árboles y vegetación silvestre, etcétera. La mayor diversidad aumentaría el potencial de producción y la incorporación de materia orgánica mejoraría progresivamente la fertilidad del suelo creando círculos virtuosos de mayor productividad y mayor disponibilidad de materia orgánica a lo largo de los años. La capacidad de retención de agua de los suelos mejoraría y por ende, se reduciría el impacto del exceso de lluvias; las inundaciones y las sequías serían menos frecuentes y menos intensas. La erosión del suelo sería un problema menos frecuente. La acidez y alcalinidad disminuirían progresivamente, reduciendo o eliminando los problemas de toxicidad que han llegado a ser el principal problema en suelos tropicales y áridos. Adicionalmente, el aumento de actividad biológica en el suelo protegería a las plantas de plagas y enfermedades. Cada uno de estos efectos implica mayor productividad y por tanto mayor materia orgánica disponible para el suelo, posibilitando así metas más altas de incorporación de materia orgánica a medida que pasen los años. En el proceso, se producirían más alimentos.


Pero incluso metas inicialmente modestas tendrían un impacto de gran importancia. Como se muestra en el cuadro 2, si el proceso comenzara con la incorporación anual de 1.5 toneladas por año durante 10 años, se estarían capturando 3 750 millones de toneladas de CO2 cada año. Esto equivale a un 9% de todas las emisiones anuales de gases con efecto de invernadero producidas por los humanos. (17)

Ocurrirían además otros dos mecanismos de reducción de los gases con efecto de invernadero. Primero, en los suelos agrícolas mundiales quedarían capturados nutrientes equivalentes a más de todo lo aportado por los fertilizantes químicos (18). La eliminación de la producción y uso de fertilizantes químicos tendría el potencial de reducir la emisión de óxidos nitrosos (que equivale a un 8% de todas las emisiones y que, después de la deforestación es, por mucho, la mayor causa de gases con efecto de invernadero producidos por la agricultura), y el CO2 emitido por la producción y el transporte de fertilizantes (equivalente al 1% de las emisiones mundiales (19)). Segundo, si los residuos orgánicos urbanos fuesen incorporados a los suelos agrícolas, las emisiones de CO2 y metano de los rellenos sanitarios y las aguas negras que equivalen a un 3.6% de las emisiones totales (20), podrían reducirse de manera significativa. En resumen, incluso las modestas metas iniciales tendrían la capacidad de reducir las emisiones anuales mundiales por cerca de un 20%.

Esto tan sólo en los primeros diez años. El cuadro 2 muestra que si continuamos con un aumento gradual de devolución de materia orgánica al suelo, en el periodo de 50 años se habrá podido aumentar la materia orgánica del suelo en un 2% a nivel mundial. En primer lugar, este tiempo es similar al que se tomó para destruirla. ¡En el proceso habremos capturado 450 mil millones de toneladas de CO2, casi dos tercios del exceso existente actualmente en la atmósfera!

Recuperación de la materia orgánica: los hongos en acción

Los investigadores están desentrañando los mecanismos mediante los cuales se captura el carbono en el suelo. Uno de los descubrimientos más significativos es la alta correlación existente entre niveles altos de carbono en el suelo y gran cantidad de hongos que forman micorrizas. Estos hongos ayudan a hacer más lenta la degradación de la materia orgánica. "A partir de nuestro sistema de ensayos de campo, realizados en colaboración con el Servicio de Investigación Agrícola del del Departmento de Agricultura de Estados Unidos, y encabezados por el doctor David Douds, es posible demostrar que el sistema de soporte biológico de las micorrizas es más prevalente y diverso en sistemas manejados orgánicamente que en suelos tratados con fertilizantes y pesticidas sintéticos. Estos hongos ayudan a conservar la materia orgánica formando agregados de materia orgánica, arcilla y minerales. En estos agregados el carbono se hace más resistente a la degradación que cuando está libre y por lo tanto hay mayores posibilidades de que se conserve. Estos descubrimientos demuestran que los hongos que forman micorrizas producen una sustancia llamada glomalina que actúa como un poderoso pegamento y que estimula una mayor agregación de las partículas del suelo. El resultado es una mayor capacidad del suelo para retener carbono.

Tomado de: Tim J. LaSalle and Paul Hepperly, Regenerative Organic Farming: A Solution to Global Warming. Rodale Institute, 2008
Quiere saber más sobre hongos, ingrese a: http://es.wikipedia.org/wiki/Fungi

Se puede hacer, pero se necesitan las políticas correctas

Al presentar estos datos, GRAIN no está presentando un plan de acción. Tampoco estamos diciendo que la recuperación de materia orgánica al suelo por sí misma resolverá la crisis climática. Si no ocurren cambios fundamentales en los patrones de producción y consumo a nivel mundial, el cambio climático continuará acelerándose. Pero los datos que presentamos muestran que la recuperación de la materia orgánica del suelo es posible, factible y beneficiosa para el enfriamiento de la Tierra. También queremos mostrar lo absurdo de considerar la materia orgánica como desperdicio o —lo que escuchamos más y más— como biomasa para hacer combustible. Cómo puede recuperarse un nivel saludable de materia orgánica en el suelo es un problema que requiere respuestas a nivel político, siendo necesarios muchos grandes cambios sociales y económicos para hacerlo posible.

Devolver la materia orgánica al suelo no será posible si continúan las actuales tendencias a una mayor concentración de la tierra y a la homogenización del sistema alimentario. El objetivo abrumador de devolverle al suelo más de 7 mil millones de toneladas de materia orgánica cada año, sólo será posible si lo llevan a cabo millones de campesinos y comunidades agrícolas. Se requieren reformas agrarias radicales, de forma que los pequeños agricultores —que son la gran mayoría de los agricultores del mundo— tengan acceso a la tierra necesaria para hacer posible económica y biológicamente las rotaciones de cultivos, los barbechos cubiertos y la formación de pastizales. Se necesita detener y desmantelar las actuales políticas anti-campesinas, que están reduciendo a una velocidad alarmante el número de fincas y comunidades agrícolas, que corren a la gente de sus tierras, que cuentan con leyes que fomentan la monopolización y privatización de la semillas y con regulaciones y criterios que protegen a las corporaciones pero aniquilan los sistemas alimentarios tradicionales. Los ecosistemas locales necesitan ser protegidos. Se requiere promover y apoyar las tecnologías basadas en saberes y culturas locales. Se debe liberar a las semillas de cualquier forma de monopolización y privatización, y se debe promover los sistemas locales de intercambio y mejoramiento de ellas. No deberían imponerse estándares industriales en la agricultura. La producción industrial e hiperconcentrada de animales, que literalmente crea montañas de estiércol y lagunas de orines, enviando millones de toneladas de metano y óxido nitroso al aire, necesita ser reemplazada por la crianza de animales descentralizada e integrada a la producción de cultivos. Nuestros hábitos de consumo necesitan ser re-examinados. Es necesaria una revisión total del sistema alimentario internacional que es, actualmente, una de las causas centrales tras la crisis climática. Si esto se hace, entonces la crisis climática tiene una solución posible: el suelo.


http://www.ecoportal.net/
Referencias:
Informe de Grain - http://www.grain.org/
Si quiere saber más sobre el suelo, clases, horizontes, ingresar a:http://es.wikipedia.org/wiki/Suelo

sábado, 10 de octubre de 2009

Sensibilización y compromiso ambiental


¿Qué pasa con la revisión técnico-mecánica y de gases en Villavicencio?

Las naciones reglamentan o promulgan leyes para preservar, conservar o mantener un entorno ambiental sano, ya sea a nivel local o global. La Revisión Técnico-Mecánica y de Gases, es una medida de razón de protección legal, tendiente a verificar la condición de los vehículos y a determinar si los mismos cumplen o no con los requerimientos técnico-mecánicos y de emisiones contaminantes que les permite la libre circulación en condiciones óptimas, garantizando la seguridad en las vías y el cuidado del ambiente; dicho proceso es supervisado por el Ministerio de Transporte de Colombia.

Todo propietario de vehículo debe ser conciente y mantener su carro en óptimas condiciones, de igual manera las autoridades de transito deben sancionar a quien no las cumple y los centros de atención ser exigentes a la hora de efectuar dicha revisión.

A pesar de todo, aún circulan por nuestras carreteras vehículos que a simple vista contaminan sin ser sancionados o retirados del servicio, para la muestra un botón…






Se debe inmovilizar de inmediato, sancionar económicamente y si es el caso denunciar ante la Fiscalía la tenencia de un certificado falso por parte del propietario del vehiculo. De seguir así no servirán para nada campañas como las del día sin carro, sembremos un árbol, entre otras.





Si quiere saber más, acceder a:










viernes, 9 de octubre de 2009

Sensibilización y compromiso ambiental

El extraño caso de la Gripe A/H1N1: desde el Monasterio Benedictino de San Benet

Emilio Cervantes, colega, amigo y administrador del Blog Biología y pensamiento acaba de colgar un interesantísimo post con el críptico titulo de La doctora Forcades habla sobre la Gripe A. En él, sin comentario alguno, nos muestra seis videos (unos 55 minutos) en los que la religiosa Forcades ofrece su opinión sobre la gripe porcina.

Esta benedictina, metida a religiosa tras una formación académica formidable en salud pública (además de en lo concerniente a su vocación actual), nos ofrece una soberana lección de cómo la iglesia puede ayudar a sus feligreses. Sin pelos en la lengua, analiza el más que extraño caso de esta denominada “pandemia” del virus de la gripe A/H1N1.

Existen muchas noticias confusas y confundentes sobre tal “presunto” azote. Sus comentarios y consejos, basados en informaciones exquisitamente explicitas y ricas en detalles, ponen en tela de juicio buena parte de la información que nos llega por canales oficiales, advirtiéndonos de “posibles” casos de corrupción y mucho más, por parte de la farmaindustria, políticos e instituciones internacionales que deberían estar velando por nuestra salud. Os recomiendo a todos que veáis estos breves videos que suman un total de 54 minutos. Extraer luego vuestras conclusiones.

No soy experto en el tema, por lo que no puedo juzgar la veracidad de todas sus argumentaciones. Empero ella sí lo es, teniendo el valor de mostrar su opinión y ofrecer recomendaciones frente a un tema en los que muchos ciudadanos y expertos consideran que existen aspectos difícilmente comprensibles (varios amigos del ámbito de la sanidad así me lo han confesado). Os ruego encarecidamente que lo leáis. Gracias a Emilio y gracias a la Doctora Forcades. Desde luego, a parte de la “Academia”, tal testimonio se les va a atragantar. Y aun en caso de que se constatara que la opinión de nuestra benedictina padeciera de lagunas, los poderes fácticos deberían comenzar a defenderse de muchas de sus sospechas, como la falta de talante democrático que impera en la actualidad (caso de los transgénicos de Cataluña). Pinchar sobre el título o aquí: “La doctora Forcades”, y visionarlo todo, ya que si no os perderéis muchos aspectos más que intrigantes. Así que paciencia. No os arrepentiréis. Os enlazo con el post de Emilio, ya que solo pretendo difundir este documento entre aquellos que aun lo desconocen y que en Latinoamérica serán mayoría. Y no digo más.

Por: Juan José Ibañez

Sensibilización y compromiso ambiental


Deforestación del Amazonas amenaza el futuro

El mundo se despierta frente a algo incuestionable: sin el Amazonas, sus selvas tropicales, ríos y biodiversidad incomparable, el planeta cambiará notablemente y la Sudamérica verde, herencia de millones de años de evolución extraordinaria, se transformará en algo semejante a los desiertos y sabanas semiáridas de África.

¿Cómo hará el Brasil, que obtiene el 85 por ciento de su energía a partir de la hidroelectricidad, para sobrevivir sin las selvas tropicales del Amazonas, que alimentan con vapor de agua las lluvias que llegan a los Andes y más allá? ¿Qué sucederá con la Cuenca de La Plata y su exuberante fertilidad, cuando falten las lluvias que ahora son llevadas desde el Amazonas, porque los bosques que cargan las masas de aire ya no están ahí?

En Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, ¿qué pasaría si el gigantesco sistema amazónico de succión y evapotranspiración de agua agonizara, bajo el afán de convertir millones de hectáreas de selva tropical en soya, pasto para ganado, caña de azúcar, aceite de palma, carbón de leña o finas maderas para los distinguidos gustos europeos, asiáticos y norteamericanos?

Gracias a estudios climáticos de Roni Avissar y sus colegas, en Duke University (Carolina del Norte), sabemos que las cosechas del llamado “Cinturón Dorado del Maíz” (Golden Corn Belt), en el cercano oeste de los Estados Unidos, dependen en gran medida de las lluvias traídas de la Cuenca Amazónica durante la primavera y a principios del verano.


Reciclando lluvia

La enorme área cubierta por las selvas tropicales del Amazonas, unos 6’000.000 de Km2, hacen de Suramérica ecuatorial un caso especial. Aunque la humedad del Amazonas proviene predominantemente desde el océano Atlántico, transportada por los vientos Alisios, es sorprendente que, precisamente los bosques de crecimiento más rápido se localicen al oeste de la cuenca, a unos 3.000 kilómetros lejos de la boca del río Amazonas y del océano Atlántico tropical. Este es el resultado de un sistema de reciclaje hídrico, en el cual la selva tropical desempeña un papel extraordinario, bombeando repetidamente el agua en forma de vapor.

Tal bombeo biótico permite que, hasta por seis veces, el agua sea dispuesta en las corrientes atmosféricas, en su curso hacia los Andes. Así, el clima y la precipitación en Bogotá son cortesía de estas selvas tropicales; de igual manera se forman ríos majestuosos como el Putumayo, el Caquetá, el Orinoco y el Magdalena, que alimentan sus cabeceras con ayuda del efecto concentrador de las montañas y los valles, pero en especial por la interceptación topográfica que hacen los páramos andinos a las mencionadas corrientes atmosféricas y el trabajo de los asombrosos frailejones que actúan como esponjas, reteniendo grandes cantidades de agua y generando el microclima propicio para esta concentración.

Esta es la razón por la que el río Amazonas evacua casi una quinta parte del flujo mundial de agua dulce hacia el océano, lo que significa cinco veces más que el río Congo y diez veces más el flujo del Mississippi. Sumado a otros caudales, asociados al mismo ciclo hídrico Amazonas/Andes, tales como el Magdalena y el Orinoco, estos ríos dan cuenta de más de un cuarto del total del flujo de agua dulce superficial en el planeta.

Inversamente, o quizá perversamente, sin los bosques la precipitación disminuiría exponencialmente en cuanto aumente la distancia del océano. Las lluvias conseguirían avanzar poco más que unos cientos de kilómetros hacia el interior, configurando allí un ambiente mucho más seco y caliente, algo totalmente hostil para las selvas tropicales húmedas.

En un modelo climático que evalúa específicamente las relaciones entre las selvas tropicales y la precipitación, Anna Makarieva y Víctor Gorshkov, físicos nucleares de St. Petersburg, encontraron que el bosque natural con sus diferentes niveles de vegetación constituye un sistema altamente sofisticado y autosuficiente, capaz de mantener niveles de humedad y evapotranspiración en equilibrio y por lo tanto las condiciones aptas para su propia preservación. En este proceso, el bosque lleva la precipitación hasta los Andes y más allá, al océano Pacífico y las latitudes más altas en ambos lados del Ecuador.



Los científicos rusos concluyen que si los bosques naturales son sustituidos a gran escala, no podrán mantener dicha funcionalidad; por lo tanto, la consecuencia será una inevitable desecación de todo el sistema, al punto de que no solo morirán los restos que quedasen de la selva tropical, sino también las cosechas y la ganadería del continente sufrirían una enorme afectación.

Un sistema para bombear energía

El físico brasilero Eneas Salatí, calculó la cantidad de energía solar irradiada sobre los 5’000.000 de Km2 que tiene el Amazonas legal en el Brasil. Dicha magnitud ascendió a un promedio equivalente a la explosión de unas 15 bombas de Hiroshima (15 kt) por segundo, las 24 horas diarias del año, como promedio histórico multianual.

Usando isótopos, Salatí demostró que la mayor proporción de las lluvias amazónicas provienen del “reciclaje” realizado dentro de la misma cuenca, proceso por el cual el Amazonas hace uso del 75 por ciento de la mencionada cantidad de energía solar.


El proceso combinado de evaporación/transpiración sobre el Amazonas legal del Brasil pone de vuelta en la atmósfera más de 6 billones de toneladas de vapor de agua cada año, para lo cual utiliza el equivalente a 45 veces la energía total utilizada para todas las actividades de la humanidad.

El bosque del Amazonas, como una bomba de agua gigantesca, es por lo tanto una parte esencial e irreemplazable del sistema de circulación atmosférica global; adicionalmente, es un sistema único que emplea la radiación solar en un proceso colosal para producir agua vapor, radiación que de otra forma, sin la presencia de estos bosques, acentuaría sensiblemente las condiciones y consecuencias del calentamiento global.

Con el Amazonas deforestado, Colombia verá comprometida la disponibilidad de humedad para mantener sus páramos y por lo tanto las fuentes de agua se extinguirán de una manera catastrófica, afectando a todas la región y dejando en graves condiciones a ciudades como Bogotá.


Tala de árboles y clima

Según el Instituto de Investigación Nacional del Espacio del Brasil, INPE, la tala de árboles durante los últimos 20 años ha hecho que cada diez segundos desaparezca una hectárea de selva tropical en el Brasil. De cuatro millones de kilómetros cuadrados de bosque, cerca de 700.000 han desaparecido, y las predicciones del Instituto para la Investigación Ambiental en el Amazonas indican que se perderán otros 670.000 kilómetros cuadrados para el 2030, si no se reduce la tasa de deforestación actual.

La necesidad de productos lácteos, pollo y cerdo también está aprovisionando la destrucción del Amazonas. Según Britaldo Silveira Soares-Filho, de la Universidad de Minas Gerais, “antes del 2050, la extensión agrícola eliminará el 40 por ciento de estas selvas tropicales, incluyendo al menos dos tercios de la cubierta del bosque de seis cuencas mayores y 12 ecorregiones”.

En el 2008, cuando los precios de combustible convencional alcanzaron casi los 150 dólares por barril, el mercado de combustibles biológicos cobró más relevancia, lo que llevó a una oleada de deforestación. El Institute of Man and the Amazon (Imazon) encontró que particularmente en los estados de Para y Mato Grosso se incrementó la deforestación en un 23 por ciento, con respecto al 2007.

Si el mundo no detiene la destrucción del bosque tropical del Amazonas, podríamos encontrar que el impacto del calentamiento global será mucho peor que lo anticipado por los informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático.

Por: Peter Bunyard, Editor de Ecologist*



Más sobre la selva amazónica en: http://es.wikipedia.org/wiki/Amazon%C3%ADa

* Revista inglesa científica y técnica de ecología y medioambiente.
* UNAL Periódico 126



viernes, 2 de octubre de 2009

Sensibilización y compromiso ambiental

Cambio climático: los páramos colombianos en peligro

Colombia es altamente vulnerable a los impactos del cambio climático y, como señalan diversos estudios, con un aumento acelerado de la temperatura global del planeta sus efectos se sentirán en las esferas social, económica y ambiental.
Aunque Colombia no es uno de los responsables principales de haber causado el problema del cambio climático -su contribución llega a 0,2% del total de gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera- los datos de los impactos en nuestro país son alarmantes y respaldan lo anterior: la mitad del país se vería afectado negativamente debido a cambios en el patrón de precipitaciones (lluvias); la infraestructura turística de la Isla de San Andrés sufriría consecuencias negativas al desaparecer 17% de la misma; casi la totalidad de los nevados y glaciares desaparecerían completamente, así como el 75% de los páramos.
En particular, los páramos son considerados uno de los ecosistemas colombianos más vulnerables a escenarios de cambio climático al grado de asegurarse que el impacto sobre los mismos tienen poca incertidumbre: los cambios serán fatales, irreversibles.

Actualmente, y reconociendo la afectación que estos ecosistemas de alta montaña ya han tenido a causa del avance de la frontera ganadera y agrícola, los páramos cumplen una función vital para la regulación del ciclo hidrológico del país además de albergar una gran diversidad biológica (algunos estudios calculan que en los páramos existen alrededor de 4,700 especies diferentes de plantas y 70 de mamíferos.
Sin embargo, en escenarios de cambio climático estas funciones ecosistémicas serían alteradas casi irreversiblemente a consecuencia del aumento de la temparatura global del planeta y modificaciones drásticas en el régimen de lluvias.

No obstante, estos impactos funestos en uno de los ecosistemas más frágiles de Colombia podrían ser evitados en tanto la comunidad internacional tenga la voluntad de ponerle un punto final al cambio climático. Para ello se requiere que todos los países reunidos en el marco de Naciones Unidas acuerden en la próxima Cumbre del Clima, a realizarse en Copenhague (Dimanarca) en diciembre próximo, reducir de forma drástica las emisiones de gases de efecto invernadero -principalmente CO2- a fin de mantener el aumento de la temperatura global del planeta lo más abajo posible de los 2 grados centígrados (ºC).

El éxito del acuerdo o tratado de Copenhague se medirá en la medida en que sea capaz de alcanzar el pico de emisiones globales en el año 2015, descendiendo luego tan rápido como sea posible para acercase lo más posible a cero para mediados de siglo. En términos prácticos, lograr lo anterior requiere:
1. reducciones ambiciosas de emisiones en los países desarrollados de al menos un 40% en relación a niveles de 1990 para el 2020. Para ello se deben fijar una meta a corto plazo consistente con lo anterior que establezca una reducción de 23% de esas emisiones en el segundo período de compromiso que debe ir de 2013 a 2017. Al menos tres cuartas partes de de esas reducciones deben lograrse mediante acciones locales; no en otros países ni a través de mecanismos de compensación.
2. detener la deforestación a fin de llegar a la deforestación cero para 2020. Para ello se requiere un mecanismo de financiamiento que genere de forma automática, masiva y predecible los recursos necesarios para apoyar las políticas y actividades vinculadas con el tema en los países en desarrollo. Estos fondos deben ser aportados por los países desarrollados mediante la subasta o remate de un porcentaje de los permisos de emisión que, actualmente, los países desarrollados consiguen de forma gratuita acentuando el problema del cambio climático. Los principios fundamentales para canalizar los recursos a países como Colombia serían la comprobación, el control y la contabilidad nacional, y no el financiamiento de proyectos aislados. Lo anterior aseguraría que los bosques no sean considerados como simples reservas de carbono (sumideros) sino que se tome en cuenta su rica biodiversidad y que se respeten los derechos de los pueblos indígenas y de las comunidades que los habitan.

3. incrementar los fondos públicos y privados para evitar y enfrentar al cambio climático. De acuerdo con cálculos iniciales, los países desarrollados necesitan proporcionar al menos 140 mil millones de dólares anuales de fondos públicos de aquí a 2020, para financiar las acciones de adaptación y mitigación del cambio climático, detener la deforestación y promover las tecnologías limpias en los países en desarrollo.

4. acciones de mitigación en los países en desarrollo, financiadas por los países desarrollados, a fin de que paulatinamente reduzcan entre 15 y 30% sus emisiones para el año 2020. Para ello, los países en desarrollo tendrían que aplicar de manera unilateral medidas de costo-cero que puedan alcanzar exitosamente sin ayuda externa. Para otro tipo de medidas de mayor costo, deben contar con el apoyo de los países desarrollados en forma de financiamiento, tecnología o creación de capacidades. Los puntos anteriores constituyen lo mínimo necesario para mantener el aumento de la temperatura global del Planeta lo más abajo posible de los 2ºC... y para evitar que en Colombia, entre otros impactos, desaparezcan para siempre los páramos.

Evitar los peores impactos en los ecosistemas de alta montaña, además de medidas locales como limitar las actividades agropecuarias comercial y de gran escala, requiere que el Presidente Uribe haga suyos los puntos anteriores, los lleve a Copenhague en diciembre próximo, y los exija como medidas mínimas para salvar a los páramos y al clima del planeta.
Por: García Otero, J. y Van Der Hammen, Greenpeace Colombia y fotos atlas de páramos
Más sobre páramos colombianos en: http://es.wikipedia.org/wiki/P%C3%A1ramo_(ecosistema)