viernes, 9 de octubre de 2009

Sensibilización y compromiso ambiental


Deforestación del Amazonas amenaza el futuro

El mundo se despierta frente a algo incuestionable: sin el Amazonas, sus selvas tropicales, ríos y biodiversidad incomparable, el planeta cambiará notablemente y la Sudamérica verde, herencia de millones de años de evolución extraordinaria, se transformará en algo semejante a los desiertos y sabanas semiáridas de África.

¿Cómo hará el Brasil, que obtiene el 85 por ciento de su energía a partir de la hidroelectricidad, para sobrevivir sin las selvas tropicales del Amazonas, que alimentan con vapor de agua las lluvias que llegan a los Andes y más allá? ¿Qué sucederá con la Cuenca de La Plata y su exuberante fertilidad, cuando falten las lluvias que ahora son llevadas desde el Amazonas, porque los bosques que cargan las masas de aire ya no están ahí?

En Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, ¿qué pasaría si el gigantesco sistema amazónico de succión y evapotranspiración de agua agonizara, bajo el afán de convertir millones de hectáreas de selva tropical en soya, pasto para ganado, caña de azúcar, aceite de palma, carbón de leña o finas maderas para los distinguidos gustos europeos, asiáticos y norteamericanos?

Gracias a estudios climáticos de Roni Avissar y sus colegas, en Duke University (Carolina del Norte), sabemos que las cosechas del llamado “Cinturón Dorado del Maíz” (Golden Corn Belt), en el cercano oeste de los Estados Unidos, dependen en gran medida de las lluvias traídas de la Cuenca Amazónica durante la primavera y a principios del verano.


Reciclando lluvia

La enorme área cubierta por las selvas tropicales del Amazonas, unos 6’000.000 de Km2, hacen de Suramérica ecuatorial un caso especial. Aunque la humedad del Amazonas proviene predominantemente desde el océano Atlántico, transportada por los vientos Alisios, es sorprendente que, precisamente los bosques de crecimiento más rápido se localicen al oeste de la cuenca, a unos 3.000 kilómetros lejos de la boca del río Amazonas y del océano Atlántico tropical. Este es el resultado de un sistema de reciclaje hídrico, en el cual la selva tropical desempeña un papel extraordinario, bombeando repetidamente el agua en forma de vapor.

Tal bombeo biótico permite que, hasta por seis veces, el agua sea dispuesta en las corrientes atmosféricas, en su curso hacia los Andes. Así, el clima y la precipitación en Bogotá son cortesía de estas selvas tropicales; de igual manera se forman ríos majestuosos como el Putumayo, el Caquetá, el Orinoco y el Magdalena, que alimentan sus cabeceras con ayuda del efecto concentrador de las montañas y los valles, pero en especial por la interceptación topográfica que hacen los páramos andinos a las mencionadas corrientes atmosféricas y el trabajo de los asombrosos frailejones que actúan como esponjas, reteniendo grandes cantidades de agua y generando el microclima propicio para esta concentración.

Esta es la razón por la que el río Amazonas evacua casi una quinta parte del flujo mundial de agua dulce hacia el océano, lo que significa cinco veces más que el río Congo y diez veces más el flujo del Mississippi. Sumado a otros caudales, asociados al mismo ciclo hídrico Amazonas/Andes, tales como el Magdalena y el Orinoco, estos ríos dan cuenta de más de un cuarto del total del flujo de agua dulce superficial en el planeta.

Inversamente, o quizá perversamente, sin los bosques la precipitación disminuiría exponencialmente en cuanto aumente la distancia del océano. Las lluvias conseguirían avanzar poco más que unos cientos de kilómetros hacia el interior, configurando allí un ambiente mucho más seco y caliente, algo totalmente hostil para las selvas tropicales húmedas.

En un modelo climático que evalúa específicamente las relaciones entre las selvas tropicales y la precipitación, Anna Makarieva y Víctor Gorshkov, físicos nucleares de St. Petersburg, encontraron que el bosque natural con sus diferentes niveles de vegetación constituye un sistema altamente sofisticado y autosuficiente, capaz de mantener niveles de humedad y evapotranspiración en equilibrio y por lo tanto las condiciones aptas para su propia preservación. En este proceso, el bosque lleva la precipitación hasta los Andes y más allá, al océano Pacífico y las latitudes más altas en ambos lados del Ecuador.



Los científicos rusos concluyen que si los bosques naturales son sustituidos a gran escala, no podrán mantener dicha funcionalidad; por lo tanto, la consecuencia será una inevitable desecación de todo el sistema, al punto de que no solo morirán los restos que quedasen de la selva tropical, sino también las cosechas y la ganadería del continente sufrirían una enorme afectación.

Un sistema para bombear energía

El físico brasilero Eneas Salatí, calculó la cantidad de energía solar irradiada sobre los 5’000.000 de Km2 que tiene el Amazonas legal en el Brasil. Dicha magnitud ascendió a un promedio equivalente a la explosión de unas 15 bombas de Hiroshima (15 kt) por segundo, las 24 horas diarias del año, como promedio histórico multianual.

Usando isótopos, Salatí demostró que la mayor proporción de las lluvias amazónicas provienen del “reciclaje” realizado dentro de la misma cuenca, proceso por el cual el Amazonas hace uso del 75 por ciento de la mencionada cantidad de energía solar.


El proceso combinado de evaporación/transpiración sobre el Amazonas legal del Brasil pone de vuelta en la atmósfera más de 6 billones de toneladas de vapor de agua cada año, para lo cual utiliza el equivalente a 45 veces la energía total utilizada para todas las actividades de la humanidad.

El bosque del Amazonas, como una bomba de agua gigantesca, es por lo tanto una parte esencial e irreemplazable del sistema de circulación atmosférica global; adicionalmente, es un sistema único que emplea la radiación solar en un proceso colosal para producir agua vapor, radiación que de otra forma, sin la presencia de estos bosques, acentuaría sensiblemente las condiciones y consecuencias del calentamiento global.

Con el Amazonas deforestado, Colombia verá comprometida la disponibilidad de humedad para mantener sus páramos y por lo tanto las fuentes de agua se extinguirán de una manera catastrófica, afectando a todas la región y dejando en graves condiciones a ciudades como Bogotá.


Tala de árboles y clima

Según el Instituto de Investigación Nacional del Espacio del Brasil, INPE, la tala de árboles durante los últimos 20 años ha hecho que cada diez segundos desaparezca una hectárea de selva tropical en el Brasil. De cuatro millones de kilómetros cuadrados de bosque, cerca de 700.000 han desaparecido, y las predicciones del Instituto para la Investigación Ambiental en el Amazonas indican que se perderán otros 670.000 kilómetros cuadrados para el 2030, si no se reduce la tasa de deforestación actual.

La necesidad de productos lácteos, pollo y cerdo también está aprovisionando la destrucción del Amazonas. Según Britaldo Silveira Soares-Filho, de la Universidad de Minas Gerais, “antes del 2050, la extensión agrícola eliminará el 40 por ciento de estas selvas tropicales, incluyendo al menos dos tercios de la cubierta del bosque de seis cuencas mayores y 12 ecorregiones”.

En el 2008, cuando los precios de combustible convencional alcanzaron casi los 150 dólares por barril, el mercado de combustibles biológicos cobró más relevancia, lo que llevó a una oleada de deforestación. El Institute of Man and the Amazon (Imazon) encontró que particularmente en los estados de Para y Mato Grosso se incrementó la deforestación en un 23 por ciento, con respecto al 2007.

Si el mundo no detiene la destrucción del bosque tropical del Amazonas, podríamos encontrar que el impacto del calentamiento global será mucho peor que lo anticipado por los informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático.

Por: Peter Bunyard, Editor de Ecologist*



Más sobre la selva amazónica en: http://es.wikipedia.org/wiki/Amazon%C3%ADa

* Revista inglesa científica y técnica de ecología y medioambiente.
* UNAL Periódico 126



No hay comentarios:

Publicar un comentario