El desafío
Es extraño que una especie que lleva un
millón de años en este planeta, que hace cuarenta mil años inventó el lenguaje
y el arte, que hace quince mil ya construía poblados, que hace diez mil en
Ecuador y en Mesopotamia cultivaba la tierra para obtener alimentos, que hace
nueve mil empujaba ganados por el África, que hace seis mil ya tenía ciudades,
que hace cinco mil ya andaba sobre ruedas, que hace cuatro mil quinientos
producía seda con los capullos de los gusanos, guardaba reyes en pirámides y
sistematizaba alfabetos, que hace cuatro mil años ya levantaba imperios,
todavía tenga que preguntarse cada día cómo educar a la siguiente generación.
Casi todas las culturas anteriores
supieron transmitir sus costumbres y sus destrezas, porque sus filosofías y
religiones siempre creyeron en el futuro; pero en nuestro tiempo cunde por el
planeta una suerte de carnaval del presente puro que menosprecia el pasado y
desconfía del porvenir. Tal vez por eso nos atrae más la información que el
conocimiento, más el conocimiento que la sabiduría. Los medios se alimentan de
esa curiosa fiebre de actualidad que hace que los diarios sólo sean importantes
si llevan la fecha de hoy, que los acontecimientos históricos sólo atraigan la
atención mientras están ocurriendo: después se arrojan al olvido y tienen que
llegar otras novedades a saciar nuestra curiosidad, a conmovernos con su
belleza o con su horror.
En la política, la mera lucha por el
poder termina siendo más urgente que la responsabilidad de ese poder; nadie les
pide cuentas a los que se fueron y lo imperativo es decidir quiénes los
reemplazarán. Los liderazgos personales eclipsan en todo el mundo la atención
sobre los programas, el debate sobre los principios. Los líderes se preguntan
de qué manera recibirán los electores tal o cual promesa, si se decepcionarán
de ellos por proponer esto o aquello, y la tiranía de lo conveniente reemplaza
principios y convicciones.
Nadie habría pensado en otros tiempos
que los pastores sólo pudieran decir lo que está dispuesto a escuchar el
rebaño, y la palabra liderazgo va perdiendo su sentido de orientación y de
conocimiento para ser reemplazada por la mera astucia de la seducción, por
todos los sutiles halagos y señuelos de la publicidad.
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Por: William Ospina
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